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"Uma vez que, como todos os fiéis, são encarregados por Deus do apostolado em virtude do Batismo e da Confirmação, os leigos têm a OBRIGAÇÃO e o DIREITO, individualmente ou agrupados em associações, de trabalhar para que a mensagem divina da salvação seja conhecida e recebida por todos os homens e por toda a terra; esta obrigação é ainda mais presente se levarmos em conta que é somente através deles que os homens podem ouvir o Evangelho e conhecer a Cristo. Nas comunidades eclesiais, a ação deles é tão necessária que, sem ela, o apostolado dos pastores não pode, o mais das vezes, obter seu pleno efeito" (S.S. o Papa Pio XII, Discurso de 20 de fevereiro de 1946: citado por João Paulo II, CL 9; cfr. Catecismo da Igreja Católica, n. 900).

sexta-feira, 2 de março de 2012

São Tomás de Aquino e a Modéstia Exterior na Suma Teológica


Triunfo de S. Tomás de Aquino sobre os Hereges



Introduccion a la Cuestion 169

Sobre la Modestia y Ornato exterior


Dos artículos consagrados al examen del ornato esterior del cuerpo como materia moderable por la virtud moral y como origen de numerosos pecados de inmodestia.

Esta especie de modestia se define como virtud moral que regula el recto uso de las cosas externas que visten y adornan nuestro cuerpo.

Cayetano distingue cuatro fines por los que cabe dedicar un cuidado especial al adorno del cuerpo: primeramente, podemos hacerlo por una necesidad natural del cuerpo, para defenderlo de las inclemencias del tiempo; en segundo lugar, por necesidad del alma, para velar un poco los órganos que más vergüenza producen; en tercer lugar, para conservar la dignidad y decencia del propio esta­do, obrando en conformidad con la recta razón; y, por fin, para fomentar y acrecentar la belleza del mismo.

Respecto de los tres primeros puntos no cabe disminución alguna. Cuando la inclemencia del tiempo nos obliga a cubrir nuestro cuerpo con más cuidado o nos incita a aliviar un poco los vesti­dos, podemos hecerlo sin faltar a la modestia. Igualmente, cuando la dignidad que se nos ha conferi­do exige cierta distinción, no tenemos más remedio que acatar las costumbres tradicionales con hu­mildad y sencillez. En este caso, la compostura exterior podrá suplir el aparente exceso de lujo que la dignidad postula, y el vestido podrá servir muy bien para esconder la verdadera virtud en su secreto interior. Pero es sumamente obvio que la necesidad del alma, que postula decencia y delicadeza, es el factor principal que hay que tener en cuenta para dar la solución adecuada a los casos prácticos, que en moral se repiten a diario.

Acogiéndonos a los principios del Angélico, podríamos establecer las siguientes conclusio­nes generales:

1ª) Es justo y recto el uso de vestidos preciosos, joyas, adornos y objetos semejantes cuan­do la dignidad de la persona lo exige y las costumbres lo recomiendan.

2ª) Es justo y recto el uso de adornos corporales que no excedan las posibilidades y estado de la persona que los use.

3ª) Es incorrecto e inmoral el uso de adornos del cuerpo que tengan por finalidad la provoca­ción a pecado, e igualmente el aligerar la ropa en forma desacostumbrada y atrevida.

4ª) No es lícito adornar el cuerpo de forma que se llegue a producir verdadero engaño en los demás.

5ª) A la mujer le es lícito gastar cosméticos, etc., para agradar a su marido, si lo tiene, o para procurar adquirirlo, si no lo tiene. Pero en el uso de estas especies hay que guardar moderación y equilibrio.

6ª) No es lícito a la mujer que no aspire al matrimonio cubrirse de adornos que puedan dar ocasión para que otros pequen o la deseen.

7ª) La gravedad del uso indebido de adornos, etc., se debe medir por la mayor o menor pro­vocación a pecado, por la intención de la persona que así procede y por el uso corriente que en la so­ciedad se haga de tales cosas.

En concreto, lo que debemos tratar de inculcar a las almas es que estimen su propia delica­deza y decoro y que sobrepongan los valores espirituales a la pobre belleza corporal. Esta no es más que una sombra si se compara con la belleza del alma y de la gracia y nunca puede pasar a primer plano.

Cuestion 169

(Dividida em 2 artigos)


De la modestia en el ornato exterior

La cuarta especie de modestia se ocupa del ornato exterior del cuerpo, y acerca de ella de­bemos estudiar dos cosas.

Primero: si ese ornato exterior puede ser objeto de virtud o de vicio.

Segundo: si las mujeres pecan mortalmente en el cuidado especial que le dedican.

Articulo 1

Si acerca del ornato puede haber virtud o vicio

Dificultades: Parece que acerca del ornato exterior no puede existir virtud o vicio.


1ª Dific.:

El ornato exterior no es algo impues­to por la naturaleza, sino sujeto a las varia­ciones de tiempos y lugares. "Para los antiguos ro­manos, escribe San Agustín, era infamia lle­var las tú­nicas largas y con mangas, mientras que hoy se­ria deshonra para hijos de familia distinguida el no lle­varlas así" (Augustinus dicit, in III "De doct. ch­rist."; cfr. C. 12: ML. 34, 74). Y como "para lavirtud se requieren ciertas dispo­siciones naturales"(Phi­losophus dicit, in II "Ethic."; cfr. C. 1, n. 3 [BK 1103a25]: S.Th., lect. 8, 9), síguese que  en esta materia no hay vicio ni virtud alguna.

Solución:

Aunque el ornato exterior no es na­tural, pertence a la razón natural el mode­rarlo. Somos naturalmente inclinados a "exigir esa virtud del ornato exterior moderado".


2ª Dific.:

Si existiese virtud o vicio en el ornato exterior, serían igualmente viciosas la su­perfluidez y el abandono. La superfluidez no pare­ce que sea viciosa, ya que también los sacerdotes y ministros del altar en la celebración de la Misa utilizan vesti­dos preciosos. Ni es vicioso tampoco carecer de ello, ya que leemos en San Pablo como alabanza el que "algunos se vistieran de pie­les y pelo de ca­bra"(Heb. 11, 37). Luego en esta materia no exis­te virtud ni vicio.

Solución:

Las personas constituídas en digni­dad y los ministros en el servicio del altar utili­zan vesti­dos preciosos, pero no por su propia glo­ria, sino para significar la grandeza de su ministe­rio o de los actos que se realizan en el culto divi­no. En eso no existe vicio alguno. De ahí la sen­tencia agusti­niana: "Cuando alguien utiliza las co­sas externas en forma que se sale de una costum­bre buena, o lo hace por exigen­cia de su dignidad, o busca sa­tisfacer su vani­dad"(in III "De doct. ch­rist." [I. c. nt. 1] ), es de­cir, la ostentación o sensua­lidad.

Igualmente puede pecarse por defecto, mas no to­dos los que gastan vestidos de calidad in­ferior al uso común cometen pecado. Si lo ha­cen por jac­tancia o soberba, para destacarse de los demás, es una especie de superstición; pero, si lo hacen por mortificar la carne o casti­gar el propio espiritu, es obra de la templanza. "Quien usa las cosas ex­teriores en forma más restringida que el común de los hombres con quienes vive, o lo hace por tem­planza o por su­perstición" (in III "doct. ch­rist. [ib]), añade San Agustín. Y especialmente conviene que usen vestidos de baja calidad quienes exhor­tan a otros con "el ejemplo y la palabra a que ha­gan penitencia", como sucedió con los Pro­fetas de los cuales habla el Apóstol. Y la Glosa co­mentó también unas palabras de San Mateo 3, 4: "Quien predica penitencia, debe dar señales de hacerla" (ordin.).


3ª Dific.:

Ni hay más virtudes que las teo­logales, intelectuales y morales. Como ni las in­telectuales, que perfeccionan el conocimiento de la verdad; ni las telogales, cuyo objeto es Dios in­mediatamente; ni las morales, que Aristóteles señala, se refieren a esa materia, síguese que res­pecto se ella no existe virtud ni vicio.

Solución:

Este ornato exterior es símbo­lo de la condición humana. Y el exceso, defecto o término medio pueden reducirse a la virtud de la "verdad", cuyo objeto, según Aristóteles ("Ethic. 4 c. 7 n. 4. 7 [BK 1127a 23; a 33]: S. Th., lect. 15), son los di­chos y hechos que de­notan la dignidad humana.


Por otra parte, la honestidad forma parte de la vir­tud, y el ornato del cuerpo contribuye a la honesti­dad. "Procuremos dice San Ambrosio que en el decoro del cuerpo no haya nada afecta­do, sino naturalidad; haya sencillez y un poco de descuido más bien que esmero; no gaste­mos pre­ciosos y deslumbradores vesti­dos, sino vestidos comunes; que nada falte a la honestidad y decoro y nada ha­ble de lujo"(in I "De offic."; C. 19: ML 16, 52). Lue­go en el orna­to exterior exis­te virtud y vi­cio.

Respuesta:

Las cosas exteriores que utiliza el hombre, consideradas en sí mismas, no son vicio­sas; pero puede serlo el uso inmoderado. Esta in­moderación se valora a base de dos princi­pios.

El primero es la costumbre ordina­ria en­tre los hombres con quienes se convive. "los deli­tos con­trarios a las costumbres particu­lares y usos loca­les comenta San Agustín se deben evitar en fu­erza de esa misma cos­tumbre. Un convenio es­tablecido en una ciudad o en un pueblo, sea por el uso o por la ley, no puede ser pisoteado por el ca­pricho de un ciu­dadano o de un extranjero. Toda parte que se desarticula del cuerpo es defor­me" (in III "Con­fess."; C. 8: ML 32, 689).

La segunda fuente de inmoderación es el uso de todas esas cosas con afecto desorde­nado y libidi­noso, bien sea que obremos conforme a las cos­tumbres del lugar o que nos salga­mos de ellas. "En el uso de las cosas, dice San Agustín, no debe intervenir la pasión, que no sólo abusa des­caradamente de la práctica de aquellos entre quie­nes vive, sino que con frecuencia, rompiendo todo di­que, da a conocer con cínico descaro su torpe­za, oculta antes bajo el velo de costumbres autorizadas"(in III "De doct. christ." [l.c. nt. 1]).

Esta pasión puede ser desordenada por exce­so en tres formas. Primero, por la vanaglo­ria  y osten­tación que se busca mediante el lujo de vestidos y objeto similares que sirvan de ador­no al hombre; pues "hay algunos escribe San Grego­rio que no reflexionan sobre la maldad de ese culto exce­sivo en vestidos preciosos. Si realmente no hubie­se pecado en ese modo de obrar, no hu­biera Dios descrito al rico que ardia en el Infierno vestido de púrpura y seda. Nadie se pro­cura vesti­dos precio­sos que exceden a la condición de su estado, si no es por vanagloria. Se­gundo, por­que busca las delicias del cuer­po, en cuanto que los vestidos son un atractivo para di­chos goces. Tercero, por la excesiva solicitud empleada en el cuidado del ves­tido, aunque no exista desorden al­guno por parte del fin.

Conforme a esas tres consideraciones, Andró­nico ("De affect.: de temperantia") distin­guió también tres virtudes respecto del ornato exte­rior. La pri­mera es la "humildad", que excluye todo in­tento de propia gloria y "no se excede en gastos y en pre­parativos". La segunda, "el contentarse con lo poco", excluyendo la búsqueda de regalo en la vida, "dándonos con­formidad en lo poco y re­gulando lo necesario para la vida". ("Contentémo­nos dice a este respecto San Pablo si tenemos con qué ves­tirnos y con qué alimentarnos"[I ad Tim. 6, 8]). Y, por fin, la "sencillez", que excluye toda so­licitud excesiva, "recibiendo las cosas bue­namente como vienen".

El desorden por defecto puede producirse igual­mente de dos maneras. Primero, por negli­gencia en el vestir cuando no se pone el cui­dado requeri­do. Es molicie, escribe Aristóteles, "el dejar que el vestido arrastre por tierra, sin levantarlo"(in VII "Ethic."; C. 7 n. 5 [BK 1150b3]: S. Th., lect. 7). Se­gundo, cuando el mismo descuido se ordena a la propia gloria: "No sólo en el esplen­dor y pompa corporal, sino en los vestidos más viles y degra­dantes se puede buscar vanidad. Y este segundo defecto es más peligroso por presentarse con capa de virtud"(Augustinus, in libro "De serm. Dom. in monte"; L. 2 c. 13: ML 34, 1287). Por eso dijo Aristóteles que "tanto la supera­bundandia como la deficiencia desordenada pertenecen al mismo género de jactancia"(in IV "Ethic."; C. 7 n. 15 [BK 1727b28]: S. Th., lect. 15).


Articulo 2

Si en el ornato de las mujeres existe pecado mortal

Dificultades: Parece que el ornato de las mujeres no cabe sin pecado mortal.


1ª Dific.:

Cuanto se opone e los Pre­ceptos de la Ley de Dios es pecado mortal. Eso su­cede con el ornato de las mujeres, pues manda San Pe­dro que "no trencen sus cabellos artística­mente ni se adornen con oro, plata o vesti­dos pre­ciosos" (I Petr. 3, 3). Y San Cipriano añade: "Quie­nes se vis­ten de púrpura y seda no pue­den reves­tirse de Cristo; quienes se adornan con oro, mar­garitas, collares, pierden la belleza de su espíritu y de su cuerpo" (Ordin.; Cypria­nus, "De habitu virg.: ML 4, 464). Todo esto no puede hacerse sin peca­do mortal. Lue­go el or­nato de las mu­jeres no pue­de darse sin pecado mortal.

Solución:

La Glosa nos da la explica­ción del caso: "Las mujeres de quienes estaban en tribula­ción despreciaban a éstos, y, deseando agradar a otros, se adornaban. Esto es lo que con­dena el Apóstol". La doctrina de San Cipria­no se ha de en­tender en el mismo sentido, pues en modo alguno prohibe a las esposas adornarse a fin de agradar a sus maridos, no sea que adulte­ren. "Las mujeres   dice San Pablo vistan con decencia y adór­nense con sobriedad, pero no en­trecruzando sus ca­bellos ni ataviándose con oro, margari­tas y vesti­dos preciosos" (I ad Tim. 2, 9). Con esto se da a en­tender que el adorno modera­do y sobrio no está prohibido a las mujeres, sino el adorno super­fluo, atrevido y sensual.


2ª Dific.:

San Cipriano es terminante a este res­pecto: "No sólo a las virgenes o a las viu­das, sino a las mismas mujeres casadas y a to­das en gene­ral, hay que amonestarles que no adulte­ren la obra y la criatura de Dios usando colores ro­jos, polvos negros o carmín, o cualquier otro em­plasto que altere las formas natu­rales del cuerpo. Obran contra Dios, destruyen­do su obra; impug­nan su poder, prevaricando contra la verdad. No podrás ver a Dios si tus ojos no son los que El for­mó. Si te adornas con tu enemigo, con él arderás también" (in libro "De habitu virgin."; C. 15: ML 4, 467). Como esto no se aplica sino al pecado mor­tal, sí­guese que el ornato de las mujeres no se da sin pecado mortal.

Solución:

Los afeites de que habla San Cipria­no son una especie de ficción que no puede darse sin pecado. San Agustín añade: "En cu­anto a los afei­tes que utilizan las mujeres para dar mayor blan­cura o color a su rostro, es una falsifi­cación y en­gaño. Sus maridos creo yo no de­sean ser en­gañados de esa forma, y son ellos el motivo por el que se puede permitir, no mandar ese adorno"(in epistola "Ad Possidium" [l. c.]). Pero no siempre este afeite está acompañado de pecado mortal, sino sola­mente cuando se hace por lascivia o por desprecio de Dios, como habla San Cipria­no.

Hay que advertir, sin embargo, que es muy dis­tinto fingir una hermosura que no se posee y ocultar una deformidad procedente de enferme­dad o cau­sa similar. Esto es lícito, según enseña el Apóstol: "Los miembros que tene­mos por me­nos honrosos los revestimos de es­pecial honor"(I ad Cor. 12, 23).


3ª Dific.: 

Así como es indigno de la mujer usar vestido de hombre, también es indig­no el adorno desmedido. Lo primero es pecado, como confie­sa el Deuteronomio: "No vista la mujer vestido de hombre, ni el hombre vestido de mujer"(Deut. 22, 5). Luego el ornato super­fluo de las mujeres es también pecado mortal.

Solución:

El ornato exterior debe estar proporcio­nado a la dignidad de la persona confor­me a la costumbre comúnmente admitida. Por este capítulo es vicioso el que la mujer utilice vestido de hombre o viceversa, sobre todo por­que esto puede provocar a lascivia. Y en la Ley de Dios se prohibe de modo especial, porque los gentiles usaban ese cambio de vestido por superstición idolátrica. Claro que, en caso de necesidad, puede hacerse todo eso sin pecado; por ejemplo, para ocultar­se de los enemi­gos, por carecer de otro vestido o por causas simi­lares.


Por otra parte, de aquí se seguiria que quie­nes preparan dichos adornos pecarían mortal­mente.

Solución:

No es posible ejercer sin pecado un arte que fabrica instrumentos que no pue­den utilizar­se sin pecado, ya que ofre­cen a los de­más ocasión de pecar; por ejem­plo, la fabrica­ción de ídolos o objetos referen­tes a la idola­tria. Pero, si de esos ins­trumentos puede hacerse uso bue­no o malo, por ejemplo, la espada, flecha, etcétera, el uso de dichos artes no es pecado. Y para esto hay que reservar el arte. Con razón dice el Crisós­tomo: "No debemos lla­mar artes sino a las que son necesarias o útiles en la vida"("Super Mt."; Homil. 49: MG 58, 501).   Pero, si sucedie­ra que las más de las veces se hace mal uso de ellas, debe el príncipe procu­rar extirparl­as, se­gún enseña Platón (cfr. August., "De Civ. Dei", l. 2 C. 14: ML 41, 58).­

Por tanto, dado que las mujeres pueden lícitamen­te adornarse, bien para conservar su dignidad, bien para agradar a sus esposos, es lógi­co que los fabricantes de dichos afeites no pe­can al ha­cerlo, a no ser por la superfluidez de inventar modas extraordinarias y tontas. Por eso dijo el Crisósto-mo que "incluso en el arte de hacer za­patos y tejidos hay mucho que corregir, ya que se le orienta a la lujuria, se corrompe su fin, se mez­cla un arte útil con un arte deprava­do"("Su­per Mt.", (l.c.).


Respuesta:

A los principios generales referentes al adorno del cuerpo hay que añadir que el adorno de la mujer es, además, un provocativo de los hombres contra la pureza. "He ahí que la mu­jer se acerca escribe el Proverbio vestida con galas de meretriz para seducir las almas"(Prov. 7, 10). Puede, sin embargo, la mujer hacer uso de esos adornos a fin de agradar a su marido, no sea que, despreciándola, caiga en adulterio. Por eso dice San Pablo que "la mujer casada piensa en el marido para agradarle"(I ad Cor. 7, 34). Por consiguiente, si la mujer casada se adorna con el sano fin de agradar a su cónyuge, no peca. En cambio, las mujeres que no están casadas, ni lo quieren, ni están en edad de conseguirlo, no pueden hacer uso de esas cosas para agradar a los demás hombres sin pecado, pues presentan de continuo un atractivo para el mal. Si el adorno se ordena a incitar a alguno a pecado, la gravedad es mortal; si lo hacen por ligereza o por cierta vanidad o jactancia, no siem­pre es mortal, a veces sólo es venial. Y lo mismo hay que decir en este punto respecto de los hombres. Por eso San Agustín les habló en estos térmi­nos: "No quisiera que os precipita­rais en proferir la sentencia de condenación sobre el uso de adornos de oro y vestidos, a no ser contra aquellos que, no estando casados ni deseando ha­cerlo, tie­nen obligación de pensar en agradar a Dios. Los demás tienen pensamiento de mun­do: los maridos tratan de agradar a sus esposas, y las esposas a sus maridos. Pero ni siquiera a las casadas se permite descubrir sus cabellos conforme a la sentencia de San Pablo"(in epis­tola "Ad Possidium"; Ep. 245: ML 33, 1060). Mas aun en este caso cabría excu­sarlas de peca­do cuando esto no se hace por vanidad, sino por costumbre, aunque tal costumbre no sea dig­na de alabanza.

Fonte: Acessar o ensaio "Reminiscência sobre a Modéstia no Vestir" no link "Meus Documentos - Lista de Livros".


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