Triunfo de S. Tomás de Aquino sobre os Hereges
Introduccion a la Cuestion 169
Sobre la Modestia y Ornato exterior
Dos artículos consagrados al examen del ornato
esterior del cuerpo como materia moderable por la virtud moral y como origen de
numerosos pecados de inmodestia.
Esta especie de modestia se define como virtud
moral que regula el recto uso de las cosas externas que visten y adornan
nuestro cuerpo.
Cayetano distingue cuatro fines por los que cabe
dedicar un cuidado especial al adorno del cuerpo: primeramente, podemos
hacerlo por una necesidad natural del cuerpo, para defenderlo de las
inclemencias del tiempo; en segundo lugar, por necesidad del alma, para
velar un poco los órganos que más vergüenza producen; en tercer lugar,
para conservar la dignidad y decencia del propio estado, obrando en
conformidad con la recta razón; y, por fin, para fomentar y acrecentar
la belleza del mismo.
Respecto de los tres primeros puntos no cabe
disminución alguna. Cuando la inclemencia del tiempo nos obliga a cubrir
nuestro cuerpo con más cuidado o nos incita a aliviar un poco los vestidos,
podemos hecerlo sin faltar a la modestia. Igualmente, cuando la dignidad que se
nos ha conferido exige cierta distinción, no tenemos más remedio que acatar
las costumbres tradicionales con humildad y sencillez. En este caso, la
compostura exterior podrá suplir el aparente exceso de lujo que la dignidad
postula, y el vestido podrá servir muy bien para esconder la verdadera virtud
en su secreto interior. Pero es sumamente obvio que la necesidad del alma, que
postula decencia y delicadeza, es el factor principal que hay que tener en
cuenta para dar la solución adecuada a los casos prácticos, que en moral se
repiten a diario.
Acogiéndonos a los principios del Angélico, podríamos
establecer las siguientes conclusiones generales:
1ª) Es justo
y recto el uso de vestidos preciosos, joyas, adornos y objetos semejantes cuando
la dignidad de la persona lo exige y las costumbres lo recomiendan.
2ª) Es justo
y recto el uso de adornos corporales que no excedan las posibilidades y estado
de la persona que los use.
3ª) Es
incorrecto e inmoral el uso de adornos del cuerpo que tengan por finalidad la
provocación a pecado, e igualmente el aligerar la ropa en forma
desacostumbrada y atrevida.
4ª) No es
lícito adornar el cuerpo de forma que se llegue a producir verdadero engaño en
los demás.
5ª) A la
mujer le es lícito gastar cosméticos, etc., para agradar a su marido, si lo
tiene, o para procurar adquirirlo, si no lo tiene. Pero en el uso de estas
especies hay que guardar moderación y equilibrio.
6ª) No es
lícito a la mujer que no aspire al matrimonio cubrirse de adornos que puedan
dar ocasión para que otros pequen o la deseen.
7ª) La
gravedad del uso indebido de adornos, etc., se debe medir por la mayor o menor
provocación a pecado, por la intención de la persona que así procede y por el
uso corriente que en la sociedad se haga de tales cosas.
En concreto, lo que debemos tratar de inculcar a las
almas es que estimen su propia delicadeza y decoro y que sobrepongan los
valores espirituales a la pobre belleza corporal. Esta no es más que una sombra
si se compara con la belleza del alma y de la gracia y nunca puede pasar a
primer plano.
Cuestion 169
(Dividida em
2 artigos)
De la modestia en el ornato
exterior
La cuarta especie de modestia se ocupa del ornato
exterior del cuerpo, y acerca de ella debemos estudiar dos cosas.
Primero: si
ese ornato exterior puede ser objeto de virtud o de vicio.
Segundo: si
las mujeres pecan mortalmente en el cuidado especial que le dedican.
Articulo 1
Si acerca del ornato puede haber
virtud o vicio
Dificultades: Parece
que acerca del ornato exterior no puede existir virtud o vicio.
1ª Dific.:
El ornato exterior no es algo impuesto por la
naturaleza, sino sujeto a las variaciones de tiempos y lugares. "Para los
antiguos romanos, escribe San Agustín, era infamia llevar las túnicas largas
y con mangas, mientras que hoy seria deshonra para hijos de familia
distinguida el no llevarlas así" (Augustinus dicit, in III "De doct.
christ."; cfr. C. 12: ML. 34, 74). Y como "para lavirtud se
requieren ciertas disposiciones naturales"(Philosophus dicit, in II
"Ethic."; cfr. C. 1, n. 3 [BK 1103a25]: S.Th., lect. 8, 9), síguese
que en esta materia no hay vicio ni
virtud alguna.
Solución:
Aunque el ornato exterior no es natural, pertence
a la razón natural el moderarlo. Somos naturalmente inclinados a "exigir
esa virtud del ornato exterior moderado".
2ª Dific.:
Si existiese virtud o vicio en el ornato exterior,
serían igualmente viciosas la superfluidez y el abandono. La superfluidez no
parece que sea viciosa, ya que también los sacerdotes y ministros del altar en
la celebración de la Misa utilizan vestidos preciosos. Ni es vicioso tampoco
carecer de ello, ya que leemos en San Pablo como alabanza el que "algunos
se vistieran de pieles y pelo de cabra"(Heb. 11, 37). Luego en esta
materia no existe virtud ni vicio.
Solución:
Las personas constituídas en dignidad y los ministros
en el servicio del altar utilizan vestidos preciosos, pero no por su propia
gloria, sino para significar la grandeza de su ministerio o de los actos que
se realizan en el culto divino. En eso no existe vicio alguno. De ahí la sentencia
agustiniana: "Cuando alguien utiliza las cosas externas en forma que se
sale de una costumbre buena, o lo hace por exigencia de su dignidad, o busca
satisfacer su vanidad"(in III "De doct. christ." [I. c. nt.
1] ), es decir, la ostentación o sensualidad.
Igualmente puede pecarse por defecto, mas no todos
los que gastan vestidos de calidad inferior al uso común cometen pecado. Si lo
hacen por jactancia o soberba, para destacarse de los demás, es una especie
de superstición; pero, si lo hacen por mortificar la carne o castigar el
propio espiritu, es obra de la templanza. "Quien usa las cosas exteriores
en forma más restringida que el común de los hombres con quienes vive, o lo
hace por templanza o por superstición" (in III "doct. christ.
[ib]), añade San Agustín. − Y
especialmente conviene que usen vestidos de baja calidad quienes exhortan a
otros con "el ejemplo y la palabra a que hagan penitencia", como
sucedió con los Profetas de los cuales habla el Apóstol. Y la Glosa comentó
también unas palabras de San Mateo 3, 4: "Quien predica penitencia, debe
dar señales de hacerla" (ordin.).
3ª Dific.:
Ni hay más virtudes que las teologales, intelectuales
y morales. Como ni las intelectuales, que perfeccionan el conocimiento de la
verdad; ni las telogales, cuyo objeto es Dios inmediatamente; ni las morales,
que Aristóteles señala, se refieren a esa materia, síguese que respecto se
ella no existe virtud ni vicio.
Solución:
Este ornato exterior es símbolo de la condición
humana. Y el exceso, defecto o término medio pueden reducirse a la virtud de la
"verdad", cuyo objeto, según Aristóteles ("Ethic. 4 c. 7 n. 4. 7
[BK 1127a 23; a 33]: S. Th., lect. 15), son los dichos y hechos que denotan
la dignidad humana.
Por otra parte,
la honestidad forma parte de la virtud, y el ornato del cuerpo contribuye a la
honestidad. "Procuremos − dice
San Ambrosio − que en el
decoro del cuerpo no haya nada afectado, sino naturalidad; haya sencillez y un
poco de descuido más bien que esmero; no gastemos preciosos y deslumbradores
vestidos, sino vestidos comunes; que nada falte a la honestidad y decoro y
nada hable de lujo"(in I "De offic."; C. 19: ML 16, 52). Luego
en el ornato exterior existe virtud y vicio.
Respuesta:
Las cosas exteriores que utiliza el hombre,
consideradas en sí mismas, no son viciosas; pero puede serlo el uso
inmoderado. Esta inmoderación se valora a base de dos principios.
El primero
es la costumbre ordinaria entre los hombres con quienes se convive. "los
delitos contrarios a las costumbres particulares y usos locales − comenta San Agustín − se deben evitar en fuerza de
esa misma costumbre. Un convenio establecido en una ciudad o en un pueblo,
sea por el uso o por la ley, no puede ser pisoteado por el capricho de un ciudadano
o de un extranjero. Toda parte que se desarticula del cuerpo es deforme"
(in III "Confess."; C. 8: ML 32, 689).
La segunda
fuente de inmoderación es el uso de todas esas cosas con afecto desordenado y
libidinoso, bien sea que obremos conforme a las costumbres del lugar o que
nos salgamos de ellas. "En el uso de las cosas, dice San Agustín, no debe
intervenir la pasión, que no sólo abusa descaradamente de la práctica de
aquellos entre quienes vive, sino que con frecuencia, rompiendo todo dique,
da a conocer con cínico descaro su torpeza, oculta antes bajo el velo de
costumbres autorizadas"(in III "De doct. christ." [l.c. nt. 1]).
Esta pasión puede ser desordenada por exceso en tres
formas. Primero, por la
vanagloria y ostentación que se busca
mediante el lujo de vestidos y objeto similares que sirvan de adorno al
hombre; pues "hay algunos −
escribe San Gregorio − que
no reflexionan sobre la maldad de ese culto excesivo en vestidos preciosos. Si
realmente no hubiese pecado en ese modo de obrar, no hubiera Dios descrito al
rico que ardia en el Infierno vestido de púrpura y seda. Nadie se procura
vestidos preciosos que exceden a la condición de su estado, si no es por
vanagloria. − Segundo,
porque busca las delicias del cuerpo,
en cuanto que los vestidos son un atractivo para dichos goces. − Tercero, por
la excesiva solicitud empleada en el cuidado del vestido, aunque no exista
desorden alguno por parte del fin.
Conforme a esas tres consideraciones, Andrónico
("De affect.: de temperantia") distinguió también tres virtudes
respecto del ornato exterior. La primera es la "humildad", que excluye todo intento
de propia gloria y "no se excede en gastos y en preparativos". − La segunda,
"el contentarse con lo
poco", excluyendo la búsqueda de regalo en la vida, "dándonos conformidad
en lo poco y regulando lo necesario para la vida". ("Contentémonos − dice a este respecto San Pablo − si tenemos con qué vestirnos y
con qué alimentarnos"[I ad Tim. 6, 8]). − Y, por fin, la "sencillez", que excluye
toda solicitud excesiva, "recibiendo las cosas buenamente como
vienen".
El desorden por defecto puede producirse igualmente
de dos maneras. Primero, por negligencia en el vestir cuando no se pone el
cuidado requerido. Es molicie, escribe Aristóteles, "el dejar que el
vestido arrastre por tierra, sin levantarlo"(in VII "Ethic."; C.
7 n. 5 [BK 1150b3]: S. Th., lect. 7). Segundo, cuando el mismo descuido se ordena a la propia
gloria: "No sólo en el esplendor y pompa corporal, sino en los vestidos
más viles y degradantes se puede buscar vanidad. Y este segundo defecto es más
peligroso por presentarse con capa de virtud"(Augustinus, in libro
"De serm. Dom. in monte"; L. 2 c. 13: ML 34, 1287). Por eso dijo
Aristóteles que "tanto la superabundandia como la deficiencia desordenada
pertenecen al mismo género de jactancia"(in IV "Ethic."; C. 7 n.
15 [BK 1727b28]: S. Th., lect. 15).
Articulo 2
Si en el ornato de las
mujeres existe pecado mortal
Dificultades: Parece
que el ornato de las mujeres no cabe sin pecado mortal.
1ª Dific.:
Cuanto se opone e los Preceptos de la Ley de Dios es
pecado mortal. Eso sucede con el
ornato de las mujeres, pues manda San Pedro que "no trencen sus cabellos
artísticamente ni se adornen con oro, plata o vestidos preciosos" (I
Petr. 3, 3). Y San Cipriano añade: "Quienes se visten de púrpura y seda
no pueden revestirse de Cristo; quienes se adornan con oro, margaritas,
collares, pierden la belleza de su espíritu y de su cuerpo" (Ordin.;
Cyprianus, "De habitu virg.: ML 4, 464). Todo esto no puede hacerse sin pecado
mortal. Luego el ornato de las mujeres no puede darse sin pecado mortal.
Solución:
La Glosa nos da la explicación del caso: "Las
mujeres de quienes estaban en tribulación despreciaban a éstos, y, deseando
agradar a otros, se adornaban. Esto es lo que condena el Apóstol". La
doctrina de San Cipriano se ha de entender en el mismo sentido, pues en modo
alguno prohibe a las esposas adornarse a fin de agradar a sus maridos, no sea
que adulteren. "Las mujeres − dice San Pablo − vistan con decencia y adórnense con sobriedad,
pero no entrecruzando sus cabellos ni ataviándose con oro, margaritas y
vestidos preciosos" (I ad Tim. 2, 9). Con esto se da a entender que
el adorno moderado y sobrio no está prohibido a las mujeres, sino el adorno
superfluo, atrevido y sensual.
2ª Dific.:
San Cipriano es terminante a este respecto: "No
sólo a las virgenes o a las viudas, sino a las mismas mujeres casadas y a todas
en general, hay que amonestarles que no adulteren la obra y la criatura de Dios
usando colores rojos, polvos negros o carmín, o cualquier otro emplasto que
altere las formas naturales del cuerpo. Obran contra Dios, destruyendo su
obra; impugnan su poder, prevaricando contra la verdad. No podrás ver a Dios
si tus ojos no son los que El formó. Si te adornas con tu enemigo, con él
arderás también" (in libro "De habitu virgin."; C. 15: ML 4,
467). Como esto no se aplica sino al pecado mortal, síguese que el ornato de
las mujeres no se da sin pecado mortal.
Solución:
Los afeites de que habla San Cipriano son una especie
de ficción que no puede darse sin pecado. San Agustín añade: "En cuanto a
los afeites que utilizan las mujeres para dar mayor blancura o color a su
rostro, es una falsificación y engaño. Sus maridos − creo yo − no desean ser engañados de esa
forma, y son ellos el motivo por el que se puede permitir, no mandar ese
adorno"(in epistola "Ad Possidium" [l. c.]). Pero no siempre
este afeite está acompañado de pecado mortal, sino solamente cuando se hace
por lascivia o por desprecio de Dios, como habla San Cipriano.
Hay que advertir, sin embargo, que es muy distinto
fingir una hermosura que no se posee y ocultar una deformidad procedente de
enfermedad o causa similar. Esto es lícito, según enseña el Apóstol:
"Los miembros que tenemos por menos honrosos los revestimos de especial
honor"(I ad Cor. 12, 23).
3ª
Dific.:
Así como es indigno de la
mujer usar vestido de hombre, también
es indigno el adorno desmedido. Lo primero es pecado, como confiesa el
Deuteronomio: "No vista la mujer vestido de hombre, ni el hombre vestido
de mujer"(Deut. 22, 5). Luego el ornato superfluo de las mujeres es
también pecado mortal.
Solución:
El
ornato exterior debe estar proporcionado a la dignidad de la persona conforme
a la costumbre comúnmente admitida. Por este capítulo es vicioso el que la
mujer utilice vestido de hombre o viceversa, sobre todo porque esto puede
provocar a lascivia. Y en la Ley de Dios se prohibe de modo especial,
porque los gentiles usaban ese cambio de vestido por superstición idolátrica.
Claro que, en caso de necesidad, puede hacerse todo eso sin pecado; por
ejemplo, para ocultarse de los enemigos, por carecer de otro vestido o por
causas similares.
Por otra parte, de aquí se seguiria que quienes
preparan dichos adornos pecarían mortalmente.
Solución:
No es posible ejercer sin pecado un arte que fabrica
instrumentos que no pueden utilizarse sin pecado, ya que ofrecen a los demás
ocasión de pecar; por ejemplo, la fabricación de ídolos o objetos referentes
a la idolatria. Pero, si de esos instrumentos
puede hacerse uso bueno o malo, por ejemplo, la espada, flecha, etcétera, el
uso de dichos artes no es pecado. Y para esto hay que reservar el arte. Con
razón dice el Crisóstomo: "No debemos llamar artes sino a las que son
necesarias o útiles en la vida"("Super Mt."; Homil. 49: MG 58,
501). − Pero, si sucediera que las más de las
veces se hace mal uso de ellas, debe el príncipe procurar extirparlas, según
enseña Platón (cfr. August., "De Civ. Dei", l. 2 C. 14: ML 41,
58).
Por tanto, dado que las mujeres pueden lícitamente
adornarse, bien para conservar su dignidad, bien para agradar a sus esposos, es
lógico que los fabricantes de dichos afeites no pecan al hacerlo, a no ser
por la superfluidez de inventar modas extraordinarias y tontas. Por eso
dijo el Crisósto-mo que "incluso en el arte de hacer zapatos y tejidos
hay mucho que corregir, ya que se le orienta a la lujuria, se corrompe su fin,
se mezcla un arte útil con un arte depravado"("Super
Mt.", (l.c.).
Respuesta:
A los principios generales
referentes al adorno del cuerpo hay que añadir que el adorno de la mujer es,
además, un provocativo de los hombres contra la pureza. "He ahí que la mujer
se acerca −
escribe el Proverbio − vestida con galas de meretriz para seducir las
almas"(Prov. 7, 10). Puede, sin embargo, la mujer hacer uso de esos
adornos a fin de agradar a su marido, no sea que, despreciándola, caiga en
adulterio. Por eso dice San Pablo que "la mujer casada piensa en el
marido para agradarle"(I ad Cor. 7, 34). Por consiguiente, si la mujer
casada se adorna con el sano fin de agradar a su cónyuge, no peca. En
cambio, las mujeres que no están casadas, ni lo quieren, ni están en edad de
conseguirlo, no pueden hacer uso de esas cosas para agradar a los demás hombres
sin pecado, pues presentan de continuo un atractivo para el mal. Si el adorno
se ordena a incitar a alguno a pecado, la gravedad es mortal; si lo
hacen por ligereza o por cierta vanidad o jactancia, no siempre es mortal, a
veces sólo es venial. Y lo mismo hay que decir en este punto respecto de los
hombres. Por eso San Agustín les habló en estos términos: "No
quisiera que os precipitarais en proferir la sentencia de condenación sobre el
uso de adornos de oro y vestidos, a no ser contra aquellos que, no estando
casados ni deseando hacerlo, tienen obligación de pensar en agradar a Dios.
Los demás tienen pensamiento de mundo: los maridos tratan de agradar a sus
esposas, y las esposas a sus maridos. Pero ni siquiera a las casadas se permite
descubrir sus cabellos conforme a la sentencia de San Pablo"(in epistola
"Ad Possidium"; Ep. 245: ML 33, 1060). Mas aun en este caso cabría
excusarlas de pecado cuando esto no se hace por vanidad, sino por costumbre,
aunque tal costumbre no sea digna de alabanza.
Fonte: Acessar o ensaio "Reminiscência sobre a Modéstia no Vestir" no link "Meus Documentos - Lista de Livros".
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