O Juízo Divino
X
O Juízo Humano
Hay
también outra vista terribilísima al fin de esta vida en el punto
que expira el alma, por la cual será a los pecadores muy horrible
aquella hora; y es la vista de los pecados, cuya fealdad, gravedad y
multitud se verá entonces clara y distintamente, aunque ahora
ignoramos muchos y no conocemos la fealdad de ellos. Pero en el punto
en que parte uno de esta vida se descubrirán todos con la misma
gravedad, horribilidad y número que tienen entre sí. Esto nos
significó el profeta Daniel, cuando dijo que el trono del tribunal
de Dios era de llamas de fuego. Porque el fuego
no sólo quema, sino alumbra; así, en el juicio divino, no sólo se
ejercitará el rigor de la divina justicia, sino que se descubrirá
la horribilidad de la malicia humana. No sólo estará el Juez
severo, sino que se descubrirán nuestros pecados latentes, y su
vista bastará para hacernos
estremecer de pena y espanto. Porque así como la vista del Juez
aterrará a los pecadores, así también la vista de sus pecados les
asombrará, principalmente viendo que están claramente manifiestos
al mismo que es Juez y parte. Por lo cual se dice en un salmo (89,
7): Desmayamos, Señor,
con tu ira, y con tu furor somos conturbados.
Y añadiendo luego la razón de tan gran turbación y desmayo, dice:
Pusiste nuestras
maldades delante de tu acatamiento.
Porque al ver la
multitud y gravedad de sus culpas hará a los pecadores temblar y
causará en ellos ansias infernales.
Ahora
está cubierta la fealdad del pecado, y así no nos asombra; pero en
aquel punto se descubrirá toda su deformidad, y aterrará con sola
su vista. Ahora nos parecen ligeros los pecados, y la multitud de
ellos no conocemos; pero a la salida de esta vida nos parecerán tan
pesados, que nos serán insoportables. Porque así como una gran
viga, mientras está en el agua, un niño la puede mover y traer a
una parte y outra, y la mitad
de ella está hundida y escondida debajo de las aguas, pero al
sacarla del rio se halla tan pesada que muchos hombres no la pueden
mover, y se descubre toda entera, así también en las aguas de esta
vida, tan deleznable y borrascosa, no nos parecen graves nuestras
culpas, y la mitad de ellas se nos esconden; pero al salir de la vida
nos parecerán con toda gravedad incomparables
y se nos descubrirán del todo.
Sin
duda ninguna serán dos espadas agudas que atraviesen la conciencia
del pecador, cuando vea delante de los ojos tan innumerable multitud
de culpas y la horrible monstruosidad de ellas. Y empezando por la
multitud, quedará pasmado cuando eche de ver tantos pecados que él
ignoraba; y lo que más es, lo que pensaba estar bien hecho, hallará
ser culpa. Muchas acciones que a los ojos humanos parecen virtudes,
serán en el acatamiento divinos juicios. Porque si hay tan grande
diferencia em los juicios humanos, que lo que muchas veces juzgan los
mundanos y mozos por bien hecho, los sabios y ancianos lo juzgan por
desacierto y pecado, ¿cuánta
diferencia habrá de los juicios divinos a los de los hombres, pues
el mismo Espiritu Santo dijo por sus profetas que los
juicios de Dios eran un grande abismo (Ps. 35, 7), que distaban sus
pensamientos de los pensamientos de los hombres cuanto va del Cielo a
la tierra? (Is. 55, 9).
Y si los hombres espirituales tienen tan perspicaces ojos, que
condenan con verdad lo que los temporales alaban, ¿qué
ojos serán los divinos para conocer mancha aun en una pureza que
parezca angélica? Y si en
los ángeles halló maldad (como dice la Escritura) (Job. 4, 18),
en los hombres
no se le esconderá vicio. El mismo Señor dice por uno de sus
profetas: Escudriñaré
a Jerusalén con candelas (Sof. 1, 12).
Si tal averiguación se ha de hacer em la ciudad santa de Jerusalén,
¿qué
será en Babilonia? Si en los justos ha de haber tal rigor, ¿cómo
se disimulará con los enemigos de Dios? Allí han de salir a plaza
cuantas obras hicimos y las que dejamos de hacer; y se descubrirá
por culpa, no sólo lo malo que hicimos, sino lo bueno que no hicimos
debiendo hacerlo; no sólo se nos ha de tomar cuenta de lo malo que
obramos, sino también de lo bueno, porque no lo hicimos bién. Todo
se ha de desenvolver y remirar y apurar y pasar por muchos ojos.
El
demonio, como acusador, revolverá el proceso de la vida, y
calumniará cuanto sabe de ti. Y aunque el demonio no lo supiese
todo, no por eso se disimulará; porque tu conciencia dará voces
y te acusará también. Y porque podrá ser que la conciencia no
echase de ver todo su mal, no por eso se pasará entre rengiones; que
el mismo ángel de guarda que ahora es nuestro ayo, entonces será
también fiscal y acusador contra los pecadores declarando la
justicia divina; y
lo que la própria alma ignora de sus culpas, él las confesará. Y
si los ojos del demonio y la confesión de la própria conciencia, y
el testimonio del ángel no lo declararen todo, porque podrían no
saberlo, el mismo Juez, que es parte y testigo juntamente, con su
infinita sabiduría lo publicará; porque con más que ojos de
lince penetrará lo profundo de nuestra voluntad, declarando ser
muchas cosas vicios, que se tenían por virtudes. ¡Oh extraña
manera de juicio, donde ninguno habrá que niegue, donde todos son
acusadores, hasta la misma parte y el mismo Juez! ¡Oh tremendo
juicio, donde ningún abogado hay, y habrá cuatro acusadores! El
demonio te acusará, el ángel te acusará, tu conciencia te acusará
y el mismo Juez te acusará aun de muchas cosas con que por ventura
pensabas defenderte.
¡Oh,
qué grande confusión será que se cuente por delito lo que pensabas
ser servicio! ¿Quién
pensara que al llegar Oza a detener el arca del testamento cuando
se iba a caer no fuese bien hacho? Pero castigólo el Señor como
gran pecado con pena de muerte desastrada (2
Sam., 6, 8), mostrando ser diversos sus juicios divinos de los
nuestros humanos. ¿Quién
pensara que el querer saber David el número de su pueblo no era
prudencia y gobierno? Pero juzgólo Dios por tan mal hecho, que por
eso le castigó con una peste nunca vista semejante, que en tan breve
tiempo mató a tantos (2 Sam., 24, 15). Saúl, cuando se tardaba
Samuel, y sacrificó apretado de los enemigos, pensó que hacía un
acto de las mayores virtudes que hay, que es de religión; y Dios lo
calificó por tan grave pecado, que por tal le reprobó. ¿Quién
juzgara que no fuese acto de gran magnanimidad y clemencia cuando el
rey Acab, habiendo vencido a Benadad, rey de Siria, se hubo con él
tan humano, que le perdonó la vida y dió lugar en su carroza real?
Pues esto, que los hombres alabaron, desagradó tanto a Dios, que le
envió un profeta para que dijese al rey Acab cómo él había de ser
muerto por ello, y había de llevar la pena él y su pueblo que
merecía Siria y su rey (1 Reg., 20, 33-36).
Pues
si aun en esta vida se han mostrado tan contrarios los juicios de
Dios de los humanos, ¿qué será en aquella hora tremenda que está
reservada para que cumpla Dios con su justicia? Allí se descubrirá
todo,
y cubrirá de confusión el pecador con la multitud de sus pecados.
¿Cómo se correrá de verse delante del Rey del Cielo con vestiduras
tan manchadas? Entonces se dice uno que está confuso cuando le salen
las cosas contrarias a lo que esperaba, o está con más indignidad
de lo que le parecía decente. Pues ¿qué confusión será cuando
pensando uno hallar virtudes, tope que son vicios sus obras, y
juzgando tener servicios, halle ofensas, y esperando premio, halle
castigo?
Además
de esto, si uno, cuando ha de ir a hablar a un príncipe, va bien
vestido, y se corriera de parecer delante de él medio desnudo y
enlodado, ¿cómo se avergonzará el pecador de verse delante del
Señor de todo, desnudo de buenas obras y enlodado con tantos males
abominables y horrendos? Porque fuera de la multitud de sus culpas,
de que hallará llenos los días enteros, se le ha de descubrir su
gravedad, y se estremecerá de lo que ahora le parece culpa ligera;
porque allí verá toda la horribilidad del pecado,
verá la disonancia que hace a la razón, la deformidad que causa en
el alma, la grandeza de la ofensa que se hace al Señor del mundo, el
desagradecimiento a la sangre de Cristo, el daño que se hizo a sí
mismo el pecador, el infierno en que cayó por el pecado y la gloria
que perdió.
Cada
causa de éstas bastaba para cubrir el corazón de luto y llanto
inconsolable; todas juntas, ¿qué pasmo y confusión nos causarán?
Y más viendo que, no sólo los pecados mortales causan en el alma
una monstruosidad horrenda, pero que los veniales aún la deforman
más que cualquiera outra monstruosidad corporal se puede imaginar.
Si la vista de sólo un demonio es tan horrible, que dijeron muchos
siervos de Dios que escogerían
antes padecer todos los tormentos de esta vida que verle por un
momento, siendo toda su fealdad sólo la que le pegó un pecado
mortal, porque por su naturaleza fueron los demonios muy hermosos,
¿cómo estará allí el pecador, no sólo viendo al demonio con toda
su fealdad, que le acusa rabiosamente, pero a sí mismo con igual
fealdade, y podrá ser que mayor que la de muchos demonios, con
tantas deformidades como pecados tuviere mortales y veniales?
Evitelos ahora, porque todos han de salir a plaza, y de todo le han
de pedir cuenta hasta el último maravedi.
No
ha de ser esta cuenta a bulto, no ha de ser por piezas mayores. Hasta
el más mínimo pecado se ha de descubrir y desenvolver, y de él le
han de pedir cuenta. ¿Qué
señor hay que así tome cuentas a su mayordomo, que le pregunte por
un cabo de agujeta, y a su tesorero no le deje pasar una blanca sin
que le diga cómo la gastó? El derecho humano dispone que no ha de
hacer tribunal el juez de cosas pequeñas; pero en el juicio divino
no se ha de pedir menos diligentemente cuenta de lo más pequeño que
de lo más grande.
En
lo que ha sucedido a muchos siervos de Dios, aun antes de salir de
esta vida, se podrá echar de ver el rigor con que se tomará esta
cuenta después de la muerte. San Juan Clímaco escribe de un monje
que deseó mucho vivir en soledad y quietud; el cual después de
haberse ejercitado en los trabajos de la vida monástica muchos años
y alcanzado gracia de lágrimas y de ayunos, con outros privilegios
de virtudes, edificó una celda a la raiz del monte donde Elías, en
los tiempos pasados, vió aquella sagrada visión. Este Padre, de tan
tigurosa vida, deseando aún mayor rigor y trabajo de penitencia,
pasóse de allí a outro lugar llamado Sides, que era de los monjes
anacoretas que viven en la soledad; y después de haber vivido com
grandísimo rigor en esta manera de vida (por estar aquel lugar
apartado de toda humana consolación y fuera de todo camino y
desviado setenta millas de poblado), al fin de la vida vínose de
allí, deseando morar en la primera celda de aquel sagrado monte.
Tenía él allí dos discipulos muy religiosos de la tierra de
Palestina, que tenían en guarda la dicha celda, y después de haber
vivido unos pocos días en ella, cayó en una enfermedad de que
murió. Un día, pues, antes de su muerte, súbitamente quedó
atónito y pasmado, y teniendo los ojos abiertos, miraba a la una
parte del lecho y a la outra; y como si estuvieran allí algunos que
le pidieran cuenta, respondía
él en presencia de todos los que allí estaban, diciendo algunas
veces: “Así es cierto; mas por eso ayuné tantos años”. Otras
veces decía: “No es así ciertamente; mentís, no hice eso”.
Otras decía: “Así es verdad, así es; mas lloré y serví tantas
veces a los prójimos”. Y outra vez dijo: “Verdaderamente me
acusáis; así es, y no tengo que decir sino que hay en Dios
misericordia”. Y era por cierto espectáculo horrible y temeroso
ver aquel invisible y riguroso juicio. ¡Miserable de mí! (dice el
Santo), ¿qué será de mí?, pues aquel tan gran seguidor de soledad
y quietud decía que no tenía qué responder, el cual había
cuarenta años que era monje y había alvanzado la gracia de las
lágrimas. ¡Ay
de mí!, ¡ay de mí!, algunos hubo (añade San Juan Clímaco) que me
afirmaron que estando este Padre en el yermo daba de comer a un
leopardo por su mano; y siendo tal, partió de esta vida pidiéndosele
tan estreche cuenta, dejándonos inciertos cuál fuese su juicio y
término, y cual la sentencia y determinación de su causa.
En
las Crónicas de los Menores se escribe que estando un novicio de la
Orden de San Francisco ya casi fuera de sí peleando con la muerte,
dió una terrible voz, diciendo: “¡Ay de mí!” Poco después
dijo: “Pesa fielmente”. No tardó mucho que replicó: “Poned
algo de los merecimientos de la Pasión de nuestro Señor
Jesucristo”. Y luego dijo: “Ahora está bien”. Maravilláronse
mucho los religiosos que un mozo tan inocente dijese cosas tan
temerosas y con tan extraño sonido. Al cual, volviendo em sí,
pidieron que les declarase la significación de aquellas palabras y
vocês. Respondióles: “Vi que en el juicio de Dios se tomaba tan
estrecha cuenta de las palabras ociosas y de outras cosas pequeñas,
y pesábanlas tan sutilmente, que los merecimientos respecto de los
males eran casi nada; y por esto di aquella primera y triste voz.
Depués vi que los males eran con mucha diligencia pesados, y que
hacían poca cuenta de los bienes; por eso dije la segunda palabra. Y
viendo que los bienes eran tan pocos, o casi ningunos, para ser
justificado, dije la tercera. Y como con los méritos de la Pasión
de Cristo pesase más la balanza donde estaban los bienes que yo
había hecho, luego fué dada la sentencia en mi favor, por lo cual
dije: “Ahora bien está”. Dichas estas palabras, dió su espiritu
al Señor.
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Fonte:
V. P. Juan Eusebio Nieremberg, S.J., “Diferencia
Entre Lo Temporal Y Eterno y Crisol De Desengaños”,
Libro
II, Cap. 4º, Art. II, pp. 155-163. Cuarta Edición, Apostolado de La
Prensa, S. A., Madrid, 1949.
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