115. Al P. Pascual de Jesús María: Roma
Vedrá (Ibiza), 1 agosto de 1866
Para el Rdo. P. Pascual de Jesús María,
Comisario Apostólico y Procurador General
de la Congregación esp. Em Roma
J. M. J. Viva Jesús
1. Rdo. Padre: Recibí un año ha una carta de V. R. Y fue para mí motivo
de grande satisfacción. Varias veces tomé la pluma con el objeto de contestar,
pero siendo la contestación una reseña de lo que pasaba en nuestra ermita de
Barcelona, que tocaba intereses los más sagrados de nuestra orden y de la
Iglesia, al verificarlo sentí tal repugnancia, que no obstante toda la
confianza y plena libertad que me inspiraba y me inspira V. R., no pude
vencerme. Lo efectúo ahora desde esta soledad porque pienso retardar un poco mi
venida a Roma.
2. Escribo desde el desierto más completo que he hallado desde que sigo
la vida religiosa. Este monte es un islote al oeste de Ibiza, separado de la
isla, que se levanta desde el profundo de las aguas hasta el cielo: no hay aquí
más habitantes que yo. Tengo la ermita a dos leguas al mediodía de la isla y
los hermanos que tienen en ella una barca pesquera, me traen aquí, me dejan
solo y se vuelven. En la cima del monte hay una fuente, y las aberturas de las
peñas son mis celdas. Aquí me retiro diez años ha y hallo cuanto un solitario
puede desear. Mi celda está custodiada abajo por las aguas del mar, y las peñas
están tan cortadas que nadie puede subir a ellas sin ser muy práctico de este
terreno; la soledad está defendida por el mismo monte y por los mares.
3. Ahí va, pues, la contestación a lo que le escribí un año ha, de que
habría en Roma un cambio radical en política y en religión. Escribiré con
libertad de lo que me ha pasado en esta soledad y V. R. juzgará si es o no de
Dios, o del diablo... aparezca recibiréis vosotros sus hijos su espíritu, y en
el espíritu de Elías lanzaréis al infierno los demonios que visibles en los
cuerpos humanos provocan, cual Goliat a la lucha, al poder eclesiástico. La
caída de los demonios al infierno será el signo del triunfo de la Iglesia.
Ahora vas tú a entrar en lucha con ellos, marcha y preséntate en Barcelona al
Obispo (Montserrat) y dile «esto nos manda Dios»: «demones effugate, infirmos
curate» [Mt 10,8].
4. ¿Quién eres tú? –Yo soy –contestó– el ángel que custodia en Roma el
trono del sumo pontificado, y los muros de la ciudad; de mi habla el capítulo
XX del Apocalipsis; vosotros, en el cumplimiento de mi misión, sois mi dedo y
el dedo de Dios visible, y sin vuestro ministerio yo no encadenaré a Satán.
Dirás al obispo de Barcelona y al Pontífice Pío IX: «la hora de la batalla ha
sonado ya, esto manda Dios, lanzad los demonios y curad los estragos y
enfermedades causadas por ellos; y si no te creen, te retirarás, obedece a sus
mandatos, si no oyen mi voz, yo me retiraré de Roma y entregaré la ciudad en
poder de los demonios pésimos que la rodean. –Cumple esta misión y marcha a tu
ermita de Barcelona. Yo conduciré allí todos los príncipes infernales del país
que, visibles en los cuerpos humanos desafían visiblemente a la lucha al poder
de la Iglesia. Lanza tú los demonios al infierno y «infirmos curate».
5. –¿Yo? No, este ministerio está reservado al obispo. –¿Eres tú
exorcista? –Lo soy. –Pues si lo eres, tú darás cuenta de la sangre de las
víctimas que gimen y perecen entre las uñas del dragón infernal; cumple tu
deber, que consiste en delatar a la autoridad eclesiástica los demonios que
visibles en los cuerpos humanos, provocan a la lucha los exorcistas... No hay
fe en esta parte y demonios y el mundo, todo en peso y en masa, se levantará en
contra. –Yo estaré contigo, yo barrí los cielos de los ángeles malos y sabré
defenderte contra los hombres. Antes de retirarme de Roma y abando- narla al
furor de los demonios, yo quiero tentar y probar su fe, quiero revelar y
descubrir la incredulidad, quiero sepa el mundo hasta dónde llegan las
tinieblas... ¿Acaso no ha sido dado a la Iglesia, representada en los
exorcistas, plenitud de poder sobre todos sus enemigos?: «ecce ego dedi vobis
potestatem super omnem virtutem inimici» [Lc 10.19]. ¿Qué uso se hace de esta
autoridad? Ya lo verás luego....
Fr. Francisco Palau
II
(Carta fragmento)
1. […] Los que predicarán la divinidad de la religión de Jesucristo.
¿Quién eres tú? «Yo soy el ángel de quien habla el capítulo XX del Apocalipsis;
a mí está encargada la prisión y encadenamiento de los demonios; yo custodiaré
las casas de asilo que Dios ordena edificar». Yo no podía dudar, reverendo
padre, de que era el ángel de Dios el que así me hablaba, porque en los
desiertos me había defendido muchas veces contra los demonios, y em varias
ocasiones de mi vida me había salvado del furor de los hombres malos. La voz de
Dios es de tal carácter que no deja vacío alguno en el alma, la llena y no
vacila. Yo preví de un solo golpe de vista todas las consecuencias del
cumplimiento de esta misión y, a pesar de tener un corazón de bronce, mi alma
vaciló y retrocedió ante las dificultades que traía em sí este encargo, y en mi
debilidad y miseria contesté: «no, yo no admito esta misión».
2. –Lo que te digo está en el orden de las cosas eclesiásticas. ¿No se
reconoce la existencia de un mal en la sociedad humana tal como el estado de un
energúmeno? –Sí, para mí es una situación tan triste, tan lamentable y tan
horrible que no hay otra de igual, pero o no se cree que exista, o se cree que
estos casos son raros. –«Yo voy a demostrar a la faz de todos los pueblos que
éstos no son casos raros sino que hay un número mayor de lo que tú mismo crees.
Yo voy a confundir la ciencia humana que califica de enfermedades puramente
físicas las causadas por los demonios a los cuerpos humanos. Prepara para estos
enfermos casas de asilo, cuidadas y dirigidas por el poder eclesiástico
exorcista; esto nada tiene en si de extraordinario para que temas hablarlo y
tratarlo con los superiores de tu orden y con el obispo de la diócesis donde
resides».
4. –Dices verdad: esto está en el curso regular de las cosas, puesto que
creemos en la existencia de estas enfermedades, pero yo no me atrevo a abordar
esta cuestión ni iniciarla. –Lo que te manda Dios es que propongas el proyecto
al obispo de Barcelona y a los superiores de tu orden. Si se cumple, has
salvado tu alma y, si no se ejecuta, también. Propuesto el proyecto, está ya la
responsabilidad a cargo de otros. –Me dirán que soy un visionario y un
delirante y que mi imaginación se exalta en los desiertos, etc., etc. Yo no me
atrevo y es tal la confusión, que temo lo sepa la pluma. –Ya que no la admites,
yo voy a acreditar con signos la misión que te doy y si, a la vista de los
signos que yo te daré, no obedeces, darás cuenta a tu Dios de las víctimas que
perecen cada día entre las uñas del dragón infernal, abandonadas por el
ministerio eclesiástico. A mis manos están las llaves del abismo y las cadenas
con que se encarcelan los demonios, pero yo necesito para obrar contra ellos
las manos y el ministerio eclesiástico. Vas a ver luego la divinidad de mi
palabra: «lanzad los demonios, curad las enfermedades causadas en los cuerpos
humanos por su malicia; Dios os lo manda, cumplid vuestro ministerio. Salvar un
energúmeno del poder de los demonios es la obra de la redención humana y esto
está confiado al ministerio vuestro».
5. Rvdo. Padre, al pronunciar estas últimas palabras manifestó tanta
autoridad y tanta gloria que lleno de horror, de terror y de espanto me resolví
a comunicar este asunto con el obispo de Barcelona. Fui a palacio con este
intento y me sobrecogió tal flaqueza y repugnancia que no me atreví a hablar y
me volví. Pero al bajar las escaleras, me dijo: «yo voy a cumplir lo que te he
prometido; esto es lo que te dice, manda y ordena Dios: en mi nombre lanzarás
los demonios, impondrás las manos sobre los enfermos y quedarán curados». Esta
misión la cumpliré yo por tu ministerio hasta que hayas dado cuenta al obispo
de lo que Dios te manda. Cumplido tu encargo, si el obispo no autoriza, cesará
tu misión porque la responsabilidad recae sobre otro; y si autoriza, harás lo
que te mande y yo estaré con él.
6. La historia que acompaño refiere los hechos con que el ángel acreditó
su palabra. En vista de estos signos me vi em el amargo compromiso de
comunicarlo al obispo de Barcelona. El obispo en esta materia ha procedido con
el peso, gravedad y prudencia que le caracterizan y, en su sabia previsión, ha
juzgado prudente que yo cesara de todo acto religioso sobre energúmenos. Así
convenía en los altos designios de la providencia de Dios. Yo he cumplido mi
misión y por ahora la he terminado. Yo ya no puedo hacer más ni pasar más
adelante; este es asunto que ya no me pertenece a mí sino a las autoridades
superiores de la Iglesia y de la religión nuestra. El oficio que me pasó el
señor obispo, disponiendo cesara de todo acto religioso sobre energúmenos, ha
sacado de mi alma una carga y un peso enorme. Escribo en el mismo sentido a N.
P. General de España, Maldonado, y al darle cuenta a él y a V. R. de mi
encargo, queda terminada mi misión. Yo obedeceré a las órdenes de los
superiores y haré lo que me manden. Rvdo. Padre, el ángel, al darme la misión
de probar com los hechos que van consignados en la adjunta historia,
desencadenó contra mí todos los príncipes infernales y me acometieron con tal
furor y rabia que he vivido en medio del infierno noche y día sin un momento de
reposo. Recibido el oficio del obispo, han desaparecido todos y he quedado solo
con Dios. ¡Qué cambio! Decía uno de los primeros príncipes tenebrosos con gran
soberbia: «¡Hemos vencido, hemos hecho frente a los sacerdotes y han
retrocedido! ¡No tengo sobre la tierra enemigo que me rinda! ¡Somos libres,
adelante nuestra obra!», gritaba otro. Consulte con Dios y con las personas de
consejo en esta materia y disponga de este su rendido hijo.
Fr. Francisco Palau, Pbro.
III
Carta al Rdo. P. Pascual de Jesús María Procurador
General en Roma, de la Orden del Carmen.
1. Rvdo. Padre: Recibí a su debido tiempo la carta de V. R. y fue para
mí un consuelo muy grande, pues que vi en ella, en tiempo de tanta ruina,
espíritu y vida. No contesté porque esperaba ver el desenlace de una misión la
más azarosa que haya tenido en mi vida, la cual no ha terminado hasta ahora.
Para interés mío y de la Orden, voy a dar cuen ta a V. R. de todo lo que me ha
sucedido. Hablaré con libertad y nada ocultaré de cuanto pueda servir al bien
de nuestra Orden y de la Iglesia.
2. Desterrado en 1854 «propter verbum Dei» a las islas Baleares, la
providencia me tenía en ellas preparado un desierto tal cual mi corazón lo
deseaba. Tenemos al oeste de la isla de Ibiza una ermita situada sobre el borde
de precipicios que tocan los mares, y una legua adentro las aguas, el mapa
marca bajo el nombre de Vedrá un islote que tiene una legua de circuito. Sus
cúspides, basadas sobre lo más profundo del Mediterráneo, se levantan hasta los
cielos y, para que nada faltara al solitario, abrió Dios una fuente sobre la
cima de este monte; el cual da hospitalidad a todas las aves que vienen por las
noches a recogerse entre las aberturas de sus peñas. Separado de la isla de
Ibiza, nadie puede acercarse a él sino con barca; y sus columnas se levantan
tan a plomo sobre las aguas, que no pueden subir a él sino los peritos del
país. Aquí es donde a temporadas me retiro para mi vida solitaria. La ermita
tiene un bote, los ermitaños son pescadores, me dejan sobre peñas y yo quedo solo,
solitario, seguro de no ver ni ser visto de persona humana. El clima es
magnífico y el sitio es tan pintoresco cual puede apetecer un solitario.
3. Diez años ha que en los veranos vengo a este monte a dar cuenta a
Dios de mi vida y a consultar los designios de su providencia sobre la Orden a
que pertenezco. Ahí va la historia sobre lo pasado, presente y porvenir de la
Orden del Carmen. El año 1864, habiéndome retirado a este monte, una voz
grande, que 20 años había me hablaba en los desiertos sobre los destinos de
nuestra Orden y la cual no sabía de dónde procedía, me dijo con gran fuerza lo
que sigue: «Yo soy el ángel de quien habla el capítulo XX del Apocalipsis; a mí
está confiada la custodia del pendón del Carmelo y la dirección de los hijos de
esta Orden. Yo guardo el trono pontificio de Roma y los muros de esta ciudad,
frente a los demonios y la revolución que la circuye. Vengo a ti enviado por
Dios para instruirte sobre el porvenir de la Orden a la que perteneces para que
sepas la misión que has de cumplir y su forma». «Yo voy a abandonar a Roma.
Levantaré de ella el trono pontificio y la ciudad será entregada en poder de
los demonios y de la revolución. Roma no será más el centro de la religión de
Jesús; degollará a sus sacerdotes y religiosos y otra vez se constituirá
enemiga de Cristo y de su Iglesia. El trono del Sumo pontificado no volverá más
a ella, porque será trasladado a otra parte».
4. No pudiendo yo apenas creer lo que veía, añadió: «Roma será
severamente castigada y el día está muy cerca, día de llanto y de luto, de
sangre y de fuego y, para que veas cuán justas son las venganzas celestes, ven,
sube a la cima de este monte y desde allí verás las abominaciones introducidas
en el lugar santo, predichas por Daniel profeta». Lleno yo de terror y espanto,
erizados los cabellos, horripiladas mis carnes, yo subí a la cima de este
monte: «Mira y observa bien lo que hay en el santuario, observa, calla y guarda
el secreto; el misterio de iniquidad está ya consumado, yo voy a castigar a los
culpables y la sangre de los justos aplacará la ira de Dios».
5. Yo oraba con grandes instancias por la Iglesia y contestó: «Las
súplicas y oraciones por la Iglesia santa son acogidas a los oídos de Dios. No
ores por Roma porque el decreto de Dios es irrevocable, el castigo de los
culpables y la paciencia de los mártires volverá a la Iglesia santa su
libertad, sus glorias y su esplendor».
6. Elías, profeta grande, y los hijos de su Orden sois, y en adelante
seréis, mi dedo y el dedo de Dios y mi brazo em las batallas contra los
demonios y contra la revolución, y para que vuestra fe en el día de las
batallas no falte, Dios me há enviado a ti que vives en los desiertos, atento a
mi voz para instruirte acerca y sobre la materia y objeto del exorcistado. Yo
soy el ángel que tiene en las manos las cadenas y las llaves del abismo. A mí
están sujetos todos los demonios del infierno y, para que sepáis el modo de
presentaros en las batallas, debo manifestarte un misterio. Y es el siguiente:
7. Creados los ángeles y puestos en el empíreo, Dios nos propuso a
Cristo, Dios humanado, por rey, cabeza y príncipe. El supremo de todos los
ángeles no quiso sujetarse ni adorarle. Le siguieron en la rebelión una
multitud, más de lo que nadie pueda figurarse y fueron todos precipitados a los
infiernos. Dios, para confusión suya y por orden de su providencia, los dejó en
este aire y sobre la tierra, y sirven de azote contra los crímenes y de prueba
a la fidelidad del justo. Es tan grande su poder y tal su malicia contra los
hombres, que Dios nos ha mandado custodiarlos para ser salvos de su
perversidad. Sin nosotros, no hay hombre que pueda resistir a sus embustes y
engaños y malicia. Nuestra batalla contra los demonios empezó en el empíreo,
prosiguió en el paraíso y, dividiendo las familias, los pueblos, las naciones y
todas las generaciones en dos campos, sigue y seguirá hasta el fin de los
siglos. Los demonios guardan en las batallas contra Cristo y su Iglesia un
orden, y éste no debe serte desconocido. Si Dios ha instituido el sacerdocio
para que fuese medianero y ministro de sus gracias ante los pueblos, los
demonios han instituido la magia y por ésta tiene comercio, trato y relación
con los hombres, y se ha hecho y hace visible, combatiendo públicamente la obra
de Dios. Cuando vino Jesucristo, por el ministerio de éstos (mágicos) se hacía
adorar en todo el mundo.
8. Jesús los venció muriendo. Entiende el misterio: Jesús ofreció su
cuerpo y su sangre sobre la cruz y, aceptada la ofrenda por la justicia de
Dios, quedó salvo el hombre del poder de los demonios, y esto es lo que se
llama la redención. Ordenó Jesucristo que la redención fuese aplicada por mano
apostólica y al efecto, dio y comunicó como Dios todo poder sobre los demonios
a los apóstoles y discípulos, y en virtud de este poder los demonios quedaron
vencidos y esclavos y sujetos a la mano apostólica. Los apóstoles, llenos de fe
en este poder sobre los demonios, se repartieron todas las naciones del mundo
y, encadenados los demonios y vencidos por su fe, éstas se convirtieron a Dios.
Vengamos a Roma.
9. Pedro se dirigió a Roma y puso allí el trono del sumo pontificado.
Lleno de fe en el poder que Jesús le había dado sobre los demonios, los venció
y lanzó de esta capital donde estaban los príncipes tenebrosos que dirigían la
idolatría del pueblo e imperio romano. La batalla se prolongó tres siglos
enteros y venció por fin la fe de los apóstoles en el poder que Jesucristo les
había dado sobre el infierno.
10. Triunfante la Iglesia en Constantino emperador, comunicó todo su
poder a los sacerdotes y ordenó los exorcistas; y éstos fueron nuestro dedo y
nuestro brazo para mantenerlos ligados y encadenados; y a no ser así, si los
demonios hubiesen quedado libres y desencadenados, pocos adelantos hiciera la
religión. Corriendo los siglos por su carrera, la fe sobre la existencia de los
demonios, sobre su poder, malicia e influencia en los destinos del mundo, sobre
el poder comunicado a los exorcistas sobre ellos, sobre la necesidad e
importancia del ministerio de éstos, fue disminuyendo porque en estas batallas
a la fe ha de acompañar el ayuno, penitencia y oración. Entibiándose el fervor
de la caridad, también se oscureció aquella luz que descubre a los exorcistas y
manifiesta los demonios y sus obras de maldad; y al paso que se oscureció la fe
sobre todo lo que es materia y objeto del exorcistado, cesó el ejercicio de
este ministerio, y a proporción que éste cesó, los demonios tomaron libertad y
fuerza, poder y dominio sobre la tierra.
Fr. Francisco Palau
Carta ao Revmo. Pe. Pascual
de Jesus Maria
Procurador Geral em Roma, da Ordem do Carmo
Índice: Razões do
atraso de um ano em responder. Descrição de Vedrá e de sua vida ali. História,
em tom e estilo figurados, de sua missão (junto) ao exorcistado. Vinculação do
mesmo na missão do Profeta Elias e da Ordem do Carmelo.
Nota do Editor:
Existem várias redações desta Carta, na qual, ao que parece, incluía uma longa
exposição sobre sua atividade de exorcista. Dos 3 fragmentos (cfr. Ed.
Completa, pp. 382-391) publicamos aquele que oferece um texto mais seguro,
contínuo e correto (a de N-III da Carta 115, da citada Edição).
Ilha de Vedrá - Ibiza
Texto
Vedrá, 1 de Agosto de 1866.
1) Revmo. Padre: Recebi em seu devido tempo a carta de
V. Revcia. e foi para mim um consolo muito grande, pois vi nela, numa época de
tanta ruína, Espírito e Vida. Não respondi porque esperava ver o desenlace de
uma missão, a mais conturbada que tenha tido em minha vida, a qual não terminou
até agora. Por interesse meu e da Ordem, vou dar conta a V. Revcia. de tudo que
me sucedeu. Falarei com liberdade e nada ocultarei de quanto possa servir ao
bem de nossa Ordem e da Igreja.
2) Desterrado em 1854 “propter Verbum Dei” às ilhas
baleares, a Providência divina tinha-me preparado nelas um deserto tal qual meu
coração desejava. A oeste da ilha de Ibiza temos uma ermida situada sobre as
extremidades de penhascos que tocam os mares, e, uma légua adentro das águas, o
mapa marca, sob o nome de Vedrá, uma ilhota que tem uma légua de
circunferência. Seus picos, que saem do mais fundo do Mediterrâneo, levantam-se
até os céus e, para que nada faltasse ao solitário, abriu Deus uma fonte sobre
o cimo deste monte, o qual dá hospitalidade a todas as aves que vem à noite
recolher-se entre as aberturas de suas penhas. Separada da ilha de Ibiza,
ninguém pode se aproximar sem um barco; e suas colunas sobem tão verticalmente
sobre as águas, que não o podem escalar senão os peritos da região. É onde me
retiro para minha vida solitária. A ermida tem um bote, os ermitãs são
pescadores, deixam-me sobre as penhas e permaneço só, solitário, seguro de não
ver e nem ser visto por pessoa alguma. O clima é magnífico e o lugar é tão
pitoresco quanto o possa desejar um solitário.
3) Há 10 anos que nos verões venho a este monte dar
conta a Deus de minha vida e consultar os desígnios de Sua Providência sobre a
Ordem a que pertenço. Aí segue a história sobre o passado, presente e o porvir
da Ordem do Carmo.
No ano de 1864, tendo-me retirado a este monte, uma
grande voz, que há 20 anos me tem falado nos desertos sobre os destinos de
nossa Ordem, e a qual não sabia de onde procedia, disse-me com grande força o
que segue:
“Eu sou o Anjo de que fala o Capítulo XX do
Apocalipse; a mim está confiada a custódia do pendão do Carmelo e a direção dos
filhos desta Ordem. Eu guardo o Trono Pontifício de Roma e os muros dessa
Cidade face aos Demônios e a Revolução que a circundam. Venho a ti, enviado por
Deus, para instruir-te sobre o porvir da Ordem a que pertences, para que saibas
a missão que hás de cumprir e sua forma.
Eu vou abandonar Roma. Tirarei dela o Trono
Pontifício e a Cidade será entregue ao poder dos Demônios e da Revolução. Roma
não será mais o centro da Religião de Jesus; degolará seus Sacerdotes e
Religiosos e outra vez se constituirá em inimiga de Cristo e de Sua Igreja. O
Trono do Sumo Pontifício não voltará mais a Ela, porque será transladado a
outra parte”.
4) Não podendo crer no que via, acrescentou: “Roma
será severamente castigada e o dia está muito próximo, dia de pranto e luto, de
sangue e fogo, e, para que vejas quão justas são as vinganças celestes, vem,
sobe ao cume deste monte e dali verás as abominações introduzidas no lugar
Santo, preditas por Daniel, o Profeta”.
Cheio de terror e espanto, eriçados os cabelos,
horripiladas minhas carnes, subi ao cume do monte: “Olha e observa bem o que
há no Santuário, observa, cala, guarda o segredo; o Mistério da Iniquidade está
já consumado, eu vou castigar os culpados e o sangue dos justos aplacará a ira
de Deus”.
5) Eu orava com grandes instâncias pela Igreja e ele
contestou: “As súplicas e orações pela Igreja Santa são acolhidas aos
ouvidos de Deus. Não rezes por Roma, porque o Decreto de Deus é irrevogável, o
castigo dos culpados e a paciência dos Mártires restituirão à Igreja Santa sua
liberdade, suas glórias e seu esplendor.
6) Elias, Profeta grande, e os filhos de sua Ordem
sois, e adiante sereis, meu dedo e o Dedo de Deus e meu braço nas batalhas
contra os Demônios e contra a Revolução, e para que vossa fé no dia das
batalhas não falte, Deus enviou-me a ti que vive nos desertos, atento à minha
voz, para instruir-te acerca e sobre a matéria e objeto do Ministério do
Exorcistado. Eu sou o Anjo que tem nas mãos as cadeias e as Chaves do Abismo. A
mim estão sujeitos todos os Demônios do Inferno e, para que saibais o modo de
vos apresentar nas batalhas, devo manifestar-te um mistério. E é o seguinte:
7) Criados os Anjos e postos no empíreo, Deus nos
propôs Cristo, Deus Encarnado, por Rei, Cabeça e Príncipe. O supremo de todos
os Anjos não quis sujeitar-se nem adorá-lO. Seguiram-no na rebelião uma
multidão, mais do que ninguém pode imaginar, e foram precipitados nos Infernos.
Deus, para confusão sua e por ordem de Sua
Providência, deixou-os neste ar e sobre a terra, e servem de açoite contra os
crimes e de prova à fidelidade dos justos. É tão grande seu poder e tal sua
malícia contra os homens, que Deus nos tem mandado custodiá-los, para serem
salvos de sua perversidade. Sem nós, não há homem que possa resistir a seus
embustes, enganos e malícias. Nossa batalha contra os Demônios começou no
empíreo, prosseguiu no paraíso e, dividindo as famílias, povos, nações e todas
as gerações em dois campos, segue e seguirá até o fim dos séculos. Os Demônios
guardam nas batalhas contra Cristo e Sua
Igreja uma ordem, e esta não deve
ser desconhecida. Se Deus constituiu o
Sacerdócio para que fosse medianeiro e
ministro de Suas graças juntos aos povos,
os Demônios instituíram a magia e por esta têm comércio, trato e relação com os
homens, e têm-se feito e se fazem visíveis, combatendo publicamente a Obra de
Deus. Quando veio Jesus Cristo, os Demônios, pelo ministério desses mágicos,
faziam-se adorar em todo o mundo.
8) Jesus os venceu morrendo.
Entende o Mistério: Jesus ofereceu Seu Corpo e
Seu Sangue sobre a Cruz e, aceita
a oferenda pela Justiça de Deus, foi
salvo o Homem do poder dos Demônios,
e isto é o que se chama Redenção.
Ordenou Jesus Cristo que a Redenção fosse
aplicada por Mão Apostólica, e para isto
deu e comunicou como Deus todo o
poder sobre os Demônios, aos Apóstolos
e Discípulos, e em virtude deste poder,
os Demônios foram vencidos, escravos e
sujeitos à Mão Apostólica. Os Apóstolos,
cheios de fé neste poder sobre os
Demônios, dividiram entre si todas as
nações do mundo e, encadeados os Demônios
e vencidos por sua fé, elas se
converteram a Deus. Venhamos à Roma.
9) Pedro se dirigiu à Roma
e pôs ali o trono do Sumo Pontificado.
Cheio de fé no poder que Jesus
lhe havia dado sobre os Demônios, venceu-os
e lançou-os desta Capital onde estavam,
os príncipes tenebrosos que dirigiam a
idolatria do povo e do Império Romano.
A batalha prolongou-se por 300 anos
inteiros e venceu por fim a fé
dos Apóstolos no poder que Jesus lhes
havia dado sobre o Inferno.
10) Triunfante a Igreja em
Constantino Imperador, comunicou todo seu poder
aos Sacerdotes e ordenou os Exorcistas;
e estes foram nosso dedo e nosso
braço para mantê-los (os Demônios) ligados
e encadeados; e se não fosse assim,
se os Demônios tivessem ficado livres
e desencadeados, poucos progressos teria feito
a Religião.
Com o curso dos séculos,
a fé sobre a existência dos Demônios,
sobre seu poder, malícia e influência
nos destinos do mundo, sobre o poder
comunicado aos Exorcistas sobre eles, sobre
a necessidade e importância do Ministério
destes, foi diminuindo, porque nestas batalhas
a fé há de acompanhar o jejum,
a penitência e a oração. Entibiando-se
o fervor da caridade, também se obscureceu
aquela luz que descobre e manifesta aos
Exorcistas os Demônios e suas obras de
maldade; e à medida em que se obscureceu
a fé a respeito de tudo quanto
é matéria e objeto do Exorcista, cessou
o exercício desse Ministério, e na proporção
em que este cessou, os Demônios adquiriram
liberdade e força, poder e domínio sobre
a terra”.
Fr. Francisco Palau.
Assim termina, de uma maneira misteriosa e sem
despedida, esta carta extraída do livro “Obras Selectas del Beato Francisco
Palau”.
[1] Existen varias
redacciones de esta carta, en la que al parecer, incluía una larga exposición
sobre su actividad de exorcista. Se publican los tres fragmentos conservados.
El Carmelo descalzo en 1866 estaba gobernado por el P. Pascual de Jesús María,
Urbiola, como Procurador General con residencia en Roma, y
por el P. Juan de Santo Tomás de Aquino, Maldonado, con residencia en Alcalá de
Henares. Los dos desempeñaron sus respectivos oficios hasta la fusión de las
Congregaciones española e italiana el 12 febrero de 1875.
A Importância do Ministério do Exorcismo
O Bem-aventurado Padre Francisco Palau, fundador dos Irmãos Carmelitas Eremitas, dedicou grande parte de sua vida para tentar convencer os Prelados da Igreja do seu tempo da importância do Exorcismo. O Papa Pio IX havia declarado na abertura do Concílio Vaticano I: “O Diabo tem investido contra a Santa Igreja com raiva e furor constituindo-se a cabeça de uma enorme propaganda de ímpios.” O Papa Leão XIII havia determinado que se rezasse a oração de São Miguel Arcanjo no fim de cada missa, pois, previa os estragos que Satanás armava para a grei de Deus nestes últimos tempos. Não obstante isso, pouco se fez para levar adiante este combate espiritual. Infelizmente, não foram atendidas as reivindicações que o Padre Palau fez para se estabelecer uma grande rede de exorcistas que, em todas as partes do mundo, estariam disponíveis numa função permanente, para lutar contra os estragos do demônio nas almas e na sociedade. Foi em virtude disto que ele estabeleceu em Barcelona um periódico semanal sob o título de El Ermitaño. Dizia num destes artigos (El Ermitaño n.76 - 1870): “Temos impugnado e atacado, como católicos, à Revolução, porque a cremos obra do diabo que deseja por ela, reconstruir, sobre as ruínas do catolicismo, o paganismo moderno. Tudo isto é comandado pelos anjos maus que levantaram a bandeira de rebelião contra nosso Criador, liderados por Lúcifer. Devemos buscar sua cabeça para decapitá-la ou esmagá-la. Nesta batalha, cremos ter ao nosso lado a ajuda do céu e, na terra, de todas as criaturas que não estão infectadas deste crime de rebelião. Cristo, com sua vinda, reprimiu e destruiu o poder dos demônios. Entretanto, a Igreja sempre ensinou que devemos continuar a luta contra o inimigo: cui resistite fortes in fide.(I Pe. 5,8) Há uma necessidade suprema, urgente e alarmante de reprimir a audácia dos demônios e de socorrer as pessoas que estão sob o jugo de sua opressão e que pedem o auxílio da Religião. Esta calamidade não respeita classe, idade, sexo ou condição. Por toda parte há marcas de destruição e ruína. Atinge o mais idoso, como a criança que amamenta e não está livre nem sacerdote ou a religiosa que vive no claustro. É um quadro tão horripilante que inspira compaixão e lástima! É preciso que a Santa Mãe Igreja acolha os seus filhos e filhas que acodem a seu amparo. Não é lícito abandonar um energúmeno até vê-lo salvo. É um grave crime um pastor abandonar a ovelha ao furor do lobo. Seria preciso que houvessem lugares próprios para cuidar desses casos, onde os energúmenos pudessem ser amparados espiritual e materialmente. Seria necessário que se constituísse, pela autoridade eclesiástica, um corpo de exorcistas que tivessem recursos necessários para sua atuação, que tivessem tempo e solidão para rezar, e os demais meios que a religião dispõe para proceder os exorcismos. Se este ministério fica reservado aos bispos, já que eles não podem se dedicar a esta ação, a luta está exposta a uma segura derrota! É preciso que, sob a dependência direta do Papa, se constitua um exército de sacerdotes que desempenhem livremente este ministério em toda parte, pois a necessidade é urgente e não pode ser prorrogada! Sob a luz da fé entendemos que são os malefícios e invocações satânicas a causa radical desta anarquia e ruína universal que a passo acelerado conduz a sociedade para uma catástrofe espantosa. O Reino de Deus e a vitória da Igreja só acontecerão pelo exorcismo: Si in digito Dei eicio Demonia, prefecto pervenit in vos regnum Dei, disse o Senhor. Se for suspenso este “Dedo de Deus” que expulsa os demônios, a sociedade humana será entregue como escrava à tirania do inimigo. Pedimos que a autoridade do Papa se manifeste e arme novamente sua Igreja deste poder: Demones ejicite! Expulsai os demônios! Eis a ordem que Cristo nos deu! Mas, infelizmente, nos nossos tempos a apostasia encontrou apoio na doutrina da psicologia e já não acredita na ação do demônio nas almas. Generatio prava et perversa! Nenhum sinal será dado ao “católico” incrédulo! Mas declaramos que este anti-cristianismo se afundará nos abismos, com toda sua incredulidade e, sobre suas ruínas, a fé católica levantará novamente sua obra”. Que estas palavras proféticas produzam frutos em nossos dias, já que chegamos ao ápice desta crise da Igreja e do mundo!
Fonte: El Ermitaño n. 76 - 1870.
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